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Madre, lesbiana y orgullosa
Mayo 10, 2020

Soy Karenina Álvarez, una madre lesbiana de dos tiernos y pícaros niños, esposa de una increíble mujer que guerrea conmigo en todas mis batallas. Pero, hoy la palabra madre me trae sentimientos encontrados. Me trae sorprendentes alegrías, me enorgullece, me duele. Me entristece, me conmueve, me alienta, me da luces, me exacerba sensaciones de mujer justiciera, y a la vez de inevitable derrota. 

Karenina y su esposa, Morita.

Mi madre es uno de mis pilares. El nivel de protección que siento cuando estoy en sus brazos, es inexplicable. A ella le costó entender que mi homosexualidad era una realidad. Ahora, me hace sentir su orgullo y admiración por mi y por mi familia homoparental. Tener a tu madre de tu lado, hace que seas capaz de lograr lo inalcanzable, hace que nadie ni nada pueda dañarte ni juzgarte como se pretende, porque su apoyo te da la confianza, la personalidad, el autoestima para superarlo todo y ser feliz.

Con Dieguito, mi hijito menor de tres años, siempre jugamos a que él es bebé Koala y yo mamá Koala. Con una mano lo abrazo fuerte y con la otra traigo uno de sus muñecos de animales, usualmente la serpiente, quien se acerca sigilosamente a atacarnos. La serpiente se acerca mucho a Diego con el propósito de picarlo, bebé Koala abraza fuerte a mamá Koala y ella con el pecho inflado ahuyenta a la viperina a punta de ceño fruncido y gruñidos. Bebé Koala automáticamente toma valor, se desprotege de los brazos de la madre, se para delante de ella y gruñe también para estar alerta y vigilante ante un nuevo ataque. Bebé Koala está listo para combatir el mundo y buscar nuevos rumbos.

Ser madres lesbianas orgullosas en mi país nos hace sentir valientes, porque parece que la mayoría de la población es viperina, y Morita y yo nos hacemos visibles pese a ser juzgadas porque sabemos que es lo correcto y será un precedente para que otras familias se sumen y surjan los anhelados cambios. Pero también nos hace sentir impotentes, porque no vemos cercanos los derechos individuales para la comunidad LGBTIQ+ y somos conscientes que el camino será aún más largo para hallar nuestros derechos como familia. 

Sólo algunos de nuestros pesares son: que la madre que no es biológica es invisible en la vida de sus hijos en todos los trámites; en sus registros, pasaportes, documentos de identidad, nidos, colegios, no se les puede ofrecer un seguro de salud, herencia, registros en clubes, talleres, no llevan su apellido, no podrían acompañarlos si surge alguna situación crítica de salud ni tomar decisiones de vida o muerte, que ante una situación de separación, el desamparo es brutal y una queda devastada, herida, vacía, derrotada. Ningún niño merece pasar por estas injusticias. Y siguen sin entender, que la falta de reconocimiento de derechos no sólo nos daña a las mamás, sino también a nuestros hijos, que quedan desprotegidos y vulnerables.

Zoe es mi hija mayor, tiene 10 años. La amo tanto como a Dieguito. La tuve con mi expareja y  la tengo los fines de semana por un acuerdo al que llegamos. Podría ser peor, pero uno debe ser agradecido con las migajas bajo las circunstancias. Soy su madre, no porque la tuve dentro, soy su madre porque la esperé con ilusión, la crío, le doy lo mejor de mí, no le falta nada ni emocional ni económicamente, la educo, le hablo con la verdad, la motivo, la corrijo, me preocupo y lloro muchas noches, pero también la hago muy feliz y le pido que respete y sea empática, le inculco cómo es el amor de hermanos y lo veo reflejado cuando juega con Dieguito, le enseño a valorar a las personas cercanas y a las no tan cercanas, la veo reír y amar a mi esposa Morita, y eso la hace desmitificar prejuicios. 

Karenina y Morita marchando.

La he visto crecer y me he visto en ella millones de veces, la protegería de todas las serpientes y quitaría todo el veneno de su camino si pudiese. Lo daría todo por ella. Y esta es la parte que más me cuesta. No despertar a su lado todas las mañanas o acostarla con un beso por las noches, pasar por su cuarto en mi casa y ver su cama tendida toda la semana, pasar por alto todas las veces que fui presentada como la tía o la amiga de la madre biológica, haberla bautizado teniendo que ocupar un papel de madrina cuando soy su madre, que su hermano deba esperar eufórico los sábados porque ya la recogemos y despedirse a llantos los domingos al dejarla, que cada salida del país en el aeropuerto sea una innecesaria explicación a los agentes de aerolíneas, migraciones, seguridad y terminen por leer a voz en cuello frente a mis hijos los permisos notariales donde “no hay padre” y “yo no soy la madre”, que no te dejen entrar a verla en sus clases de natación porque sólo puede entrar con la madre quien ya está dentro del establecimiento, que me tenga que turnar en el día de la madre para poder ir a su colegio a verla actuar, que tenga que estar en un colegio que yo no escogí, que tenga que darme por enterada de decisiones importantes en su vida sin posibilidad alguna de que mi opinión sea tomada en cuenta, que Zoom no me permita curarla si se siente mal o abrazarla si necesita consuelo, que no pueda firmar ni un papel para impedir que salga del país, que pueda perderla de un momento a otro, sin que nada pueda hacer en lo absoluto.

Lo cierto aquí, es que para el Estado y muchos en la sociedad, somos completas extrañas en la vida de nuestros hijos cuando no los parimos. Además de tener que bancarnos todos los malos ratos de comentarios desatinados de aquellos que ignoran todo el amor y valores que reciben nuestros hijos. Nadie puede quitarnos el derecho a ser madres, ni el derecho de nuestros hijos a tenernos como madres. ¿Quién eres tú para decirme a mí que yo no voy a criar bien a mis hijos ni a darles un buen ejemplo? Ojalá te cruzaras con nuestras madres, con nuestros hijos, con nuestros seres queridos y amigos, para que te enteres que existimos y que nuestros hijos han sido sumamente deseados y que estamos haciendo un buen trabajo.

No pretendo quitarles el sentimiento de celebración del Día de la Madre, solo espero poder mover fibras en ustedes, tocarles la puerta del corazón para que su amor se sienta identificado con el nuestro, porque es el mismo, y para que nos ayuden a despertar a los que no escuchan, a los que no sienten, a los que no entienden. Las madres no podremos evitar que el camino esté lleno de veneno, pero todos y todas, como sociedad, podemos compartir la receta del antídoto.

Karenina Álvarez (ella)

Comunicadora y Presidenta de la Asociación de Familias Homoparentales Perú. Fue la directora de relaciones institucionales de Presente hasta 2021. Bachiller en Ciencias y Tecnologías de la Comunicación de la Universidad San Ignacio de Loyola.